Inédito

con No hay comentarios

[INÉDITO]

El día que empecé a odiar el capitalismo

Tan sólo había que juntar tres piezas.
Tres piezas tan sólo para conseguir el premio.

Conste que no me daba más
por los tigretones, aquellos pastelitos industriales
tan azucarados y empalagosos
(teniendo un padre pastelero
en cuyo obrador me habían acostumbrado
a la excelencia).

Pero, ay amigo, con cada tigretón venía un cromo,
uno de los tres que formaban el kart,
el sueño más deseado de todas
nuestras infancias.

Ingenuamente pensaba con 8 años que tendría que comer pocos,
que a fin de cuentas sólo tres piezas serían presa fácil
en el juego multiplicador de las probabilidades y los peces.

Pero el capitalismo jugaba también
con nuestra inocencia. Porque compraba y compraba,
comía y comía tigretones
y siempre salían los mismos cromos,
las mismas dos piezas del kart. Y es que había una tercera que no conseguía por más que compraba, por más que comía.

El caso es que tardé varios disgustos y una perforación de estómago a la vista, hasta que me convencí
de que nunca conseguiría la pieza definitiva para completarlo.
Sencillamente no existía. Al menos no a mi alcance.

Como digo, tardé en descubrir que el capitalismo también jugaba
con nuestra inocencia.

Desde entonces odio esos pastelitos.

Desde entonces odio el capitalismo.